miércoles, 20 de mayo de 2009

Aplicación a las zonas secas de la provincia de Ávila de una metodología para el diseño de restauraciones forestales

La desertificación puede definirse como un proceso complejo que reduce la productividad y el valor de los recursos naturales, en el contexto de condiciones climáticas áridas, semiáridas y subhúmedas secas, como resultado de variaciones climáticas y actuaciones humanas adversas (Aubreville, 1949; UNCCD, 1994).
La provincia de Ávila no presenta condiciones de patente aridez, pero sí existen áreas semiáridas y subhúmedas secas, especialmente en la zona norte (comarcas de La Moraña y Tierra de Arévalo). Destacan por su carácter seco las estaciones de Madrigal de las Altas Torres, Arévalo, Fontiveros, San Pedro del Arroyo y Ávila. De los climodiagramas de estas estaciones se puede deducir que el periodo de sequía se extiende de 2 a 4 meses. Incluso en una estación tan lluviosa como la de Arenas de San Pedro, en el sur de la provincia, el periodo de sequía es amplio, lo cual implica condiciones de estrés hídrico para la vegetación en esos meses.



Terrenos degradados en proceso de desertificación. a: Blascosancho, b: Pajares de Adaja, c: Navalacruz, d: Casavieja, e: Gallegos de Sobrinos, f: Pozanco y Peñalba de Ávila, g: Nava de Arévalo, h: Peñalba de Ávila

Siguiendo con el concepto de desertificación, desde que Aubreville lo introdujera, ha sido controvertido y mal utilizado o, cuando menos, su significado no ha cristalizado de manera precisa ni siquiera a nivel técnico (Puigdefábregas, 1995). En español, desertificación es equivalente a desertización, que según el diccionario de la Real Academia de la Lengua es la “acción y efecto de desertizar”. Desertizar, por su parte, significa “convertir en desierto, por distintas causas, tierras, vegas, etc.”. No obstante, y aunque en este trabajo se emplearán indistintamente ambas palabras, algunos autores como García Camarero (1989), estiman que existe una diferencia entre desertificación y desertización, que consiste en que esta última está causada exclusivamente por agentes naturales.
Pero volviendo a los sustantivo, la desertificación es un conjunto de procesos o la manifestación de fenómenos implicados en el empobrecimiento y degradación de los ecosistemas terrestres por impacto humano. No es un problema meteorológico o ambiental aislado (como puede ser la sequía o la desaparición de una especie vegetal) en un territorio más o menos extenso, sino, como argumenta López Bermúdez (2001), es una patología surgida de la ruptura del equilibrio entre el sistema de producción de los geoecosistemas naturales y el sistema de explotación humana. En la provincia de Ávila, según el Programa de Acción Nacional contra la Desertificación (PAND) (MIMAM; 2008), la mayor parte de la superficie tiene un riesgo de desertificación bajo, aunque es sencillo localizar terrenos con riesgo mayor.
Las principales consecuencias ambientales de la desertificación son, entre otras, las siguientes (López Bermúdez, 2001):
- Alteración del sistema atmósfera-suelo-planta.
- Perturbación en la regulación del ciclo hidrológico.
- Cambios y deterioro de la ecodiversidad terrestre.
- Reducción de la biomasa y degradación de la cubierta vegetal. Deterioro del patrimonio forestal, resultando el bosque sustituido por formaciones secundarias de arbustos y matorral, cada vez más abiertas, que pueden dejar de existir. Modificación de la composición florística, favoreciendo a especies típicas de suelos degradados.
- Deterioro e incluso pérdida de la estabilidad estructural del suelo y formación de compactaciones y costras. Disminución de la porosidad, capacidad de infiltración y contenido de humedad del suelo, a la vez que se incrementan las escorrentías superficiales y su poder erosivo.
- Degradación biológica del suelo: pérdida de nutrientes en calidad y cantidad.
- Aceleración de la erosión eólica e hídrica. Decapitación de los horizontes superiores, con acumulaciones de sedimentos en las partes bajas y afloramiento en superficie del material parental.
- Pérdida de la base de sustentación de las raíces de las plantas.
- Proliferación de incisiones en el terreno (surcos, cárcavas, etc.), movimiento en masa en laderas, hundimientos y generalización de la morfología abarrancada (malpaíses, lo que en la bibliografía anglosajona se denomina bad-lands).
- Salinización de las áreas irrigadas con aguas de mala calidad.
- Acidificación del suelo.
- Cambios en el microclima del suelo (aumento de la temperatura y de la evaporación, entre otros).
- Degradación de los recursos hídricos e incremento de la variabilidad en el régimen de los cursos de agua. Reducción del agua disponible por el deterioro de los flujos hídricos y la sobreexplotación de acuíferos. Degradación y desaparición de humedales y manantiales.
La Institución Gran Duque de Alba, entidad para la investigación dependiente de la Diputación de Ávila, ha financiado un proyecto de investigación titulado “Aplicación a las zonas secas de la provincia de Ávila, de una metodología para el diseño de restauraciones forestales basada en la recolección de agua”, que pretende mejorar las técnicas de lucha contra la desertificación. En este trabajo, desarrollado por el Grupo de Hidrología y Conservación de Suelos, con sede en la Universidad Católica de Ávila, se aplica a esta provincia una metodología dirigida al diseño de la preparación del suelo para la restauración forestal en zonas áridas y semiáridas. En estas áreas, donde las precipitaciones son escasas, la instalación artificial de una vegetación leñosa resulta más difícil, puesto que la insuficiente cantidad de un recurso fundamental para el desarrollo de las plantas como es el agua, pone en serio peligro su supervivencia inicial.


Restauración de las cárcavas de Blascosancho mediante ahoyado con retroaraña, realizada por el Servicio territorial de Medio Ambiente.

Por esta razón, la intervención en el terreno debe concebirse como un sistema de recolección de agua. Así, la ladera a reforestar se divide en microcuencas o unidades sistematizadas, compuestas por un área de impluvio (o productora de escorrentía) y un área de recepción. Es en esta última donde, dentro de un microembalse, se instala la planta, que disfrutará de un microclima más húmedo, merced al aporte suplementario de agua de escorrentía generada en el área de impluvio. De esta forma puede restaurarse la vegetación de la ladera original degradada, gracias a un óptimo aprovechamiento de sus recursos hídricos.
En primer lugar debe dimensionarse la capacidad del microembalse o alcorque situado en el área de recepción y que va a acoger a la planta. Para que este microembalse cumpla eficazmente su función, debe tener un tamaño tal que recoja toda la escorrentía generada en el área de impluvio, es decir, debe asegurarse el endorreísmo dentro de la unidad sistematizada. Sin embargo, no es éste el único criterio a tener en cuenta a la hora de diseñar el alcorque. Es necesario atender también a aspectos edáficos, mecánicos, fisiológicos, paisajísticos y económicos, entre otros, para que el microembalse resulte completamente útil para los brinzales.
Por otra parte, hay que fijar la relación entre el área de impluvio y el área de recepción, y por tanto el tamaño de la unidad sistematizada. El área productora de escorrentía debe tener un tamaño suficiente para aportar un volumen de agua que asegure la supervivencia de las plantas recién instaladas. Tamaños inferiores incrementan el riesgo de marras por estrés hídrico a unos niveles indeseados. Por el contrario, tamaños excesivos resultan innecesarios y generan una masa forestal muy rala.
El tercer elemento de diseño de una repoblación forestal en zona árida es la densidad de plantación. Esta variable cobra especial relevancia en zonas con escasez de precipitaciones, puesto que la densidad –en estas áreas- debe ser proporcional a la cantidad de agua disponible para cada árbol. Por lo tanto, el orden de cálculo es el inverso al de las repoblaciones tradicionales: no es una densidad prefijada la que condiciona el espacio que corresponde a cada planta, sino que son las disponibilidades hídricas las que determinan la densidad.
A través del estudio de un caso práctico localizado en el norte de la provincia, concretamente en el municipio de Blascosancho, se aclara la manera de aplicar la metodología expuesta, y se valida su utilización en condiciones similares de clima y suelos. Así mismo, a lo largo de todo el estudio se esbozan algunas líneas de trabajo que quedan abiertas, que mejorarán en un futuro la metodología empleada.

Brinzal de Pinus pinaster en una repoblación en Ávila, después de un incendio

Referencias:
Aubreville, A.; 1949. Climats, forêts et désertification de l’Afrique tropicale. Ed. Soc. d’Editions Geographiques et Coloniales. París.
García Camarero, J.; 1989. Zonas y ecosistemas en degradación. Desertificación. Hojas Divulgadoras 10/89. Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Madrid.
López Bermúdez, F.; 2001. El riesgo de desertificación. En: Martín de Santa Olalla, F. (Dir.); 2001. Agricultura y desertificación. Ed. Mundi-Prensa. Madrid.
MIMAM; 2008. Programa de Acción Nacional contra la Desertificación. Ministerio de Medio Ambiente. Madrid.
Puigdefábregas, J.; 1995. Erosión y desertificación en España. El Campo, 132: 63-83.
UNCCD; 1994. United Nations Convention to Combat Desertification. Ed. Secretariat of the CCD. Bonn.

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